Los balates, que así se llaman esas hileras de piedra, y las paratas o bancales, que son las terrazas que crean, permitían obtener superficies horizontales en las escarpadas laderas para aprovechar la poca agua que cae en estas tierras. Las más pequeñas, en lugares donde las pendientes eran más pronunciadas, apenas eran suficientes para sujetar un algarrobo; otras más extensas permitían cultivos de secano donde se agrupaban olivos o almendros, y en las que estaban cerca de las minas de agua se plantaban hortalizas y frutales. Además de aumentar la superficie de cultivo, los balates ayudaban a frenar el agua en su caída, evitando la erosión de las laderas.
Los balates se construían con las piedras del lugar, que se iban encajando unas con otras, por supuesto en seco, sin ningún mortero que las uniera. Y después se rellenaba el hueco con tierra, que a menudo había que acarrear hasta allí arriba desde tierras más bajas. Después del incendio, a la vista de los bancales desnudos, negros, calcinados, liberados de las malas hierbas que los ocultaban, se pudo ver mejor que nunca esta impresionante obra de ingeniería popular. Ahora que ha llegado un nuevo verano ya se han vuelto a difuminar los balates tras la vegetación que ha recubierto de nuevo el campo durante el invierno. El pasado mes de mayo, el Grupo Ecologista Mediterráneo se ha dirigido a la Junta de Andalucía para que trate de frenar el deterioro de lo que han denominado la muralla china de los almerienses. Su abandono facilita que el fuego se propague, su recuperación y mantenimiento haría que todo fuera más sostenible, en el mejor sentido de esa palabra que hasta hace bien poco ni siquiera existía.
Artículo publicado en la nueva edición de la Guía del Levante Almeriense.
Foto: Jacobo Armero
estoy buscando mis origenes en almeria, lubrin.
ResponderEliminarS conoces alguien que desea ajudar me seria grata por toda eternidad.
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gracias e hasta luego amigo.